Arcoiris de placer


Me encuentro perdida, prisionera en la cárcel del deseo , quiero que habites en mí.

Anhelo tu boca dentro de la mía, ahogar el grito del deseo, absorber tu aliento y saciarme de ti, que tu saliva apague mi sed. Qué asfixia, qué quema, es este deseo que se extiende como el universo. 

Y mi universo eres tú; cuando me miro en tus ojos, descubro la inmensidad y me dejo llevar hasta perderme.

Mi piel quedó impregnada de tu aroma; guarda la memoria de cada trazo que tus dedos, tus labios y tu cuerpo dibujaron sobre mí.

Dejaste marcado el camino hacia mi placer. Tus huellas permanecen intactas, aguardando a que penetres hasta lo más profundo de mi ser, que tu espada tan viril me desgarre con la misma sed de mi deseo.

Te llamo, y apareces.
Nuestras miradas se cruzan, y el mundo se detiene. No hay palabras, solo la certeza de que me sientes, de que conoces lo que ansío. Avanzas hacia mí con paso firme, hasta que tu presencia me envuelve. Tus manos se posan en mi cintura; tus labios buscan los míos, y me besas con una pasión que desgarra el aire.
Tiras de mi vestido, y cae a nuestros pies como una confesión. Me ofrezco a ti, entregada a tu hambre, al roce de tu deseo, a la urgencia de tus ganas.

Tus manos exploran, tu piel se confunde con la mía. Mi cuerpo responde, se arquea, se abre, se enciende. Te busco, te muerdo, te reclamo. El éxtasis me invade; mis uñas se clavan en tu carne, y en ese contacto feroz descubro el poder del abandono.

Sumerjo las yemas de mis dedos en tus caderas, forzándote a entrar más y más en mi sexo, empujando tu espada y golpeando mi vulva con tu pelvis. Me enciendo. Busco tus labios, los muerdo. El éxtasis me invade; clavo mis uñas en tus nalgas, señal de que quiero más.





Emites un gemido y sonrío con una perversión traviesa. Me gusta verte vulnerable, sentir que puedo dominarte, llevarte a mi ritmo. Tomo un mechón de tu cabello y lo jalo suavemente hacia atrás, como si fueran las riendas con las que te conduzco. Te indico mis senos, duros, erectos, listos para recibir tu boca. Siento cómo succionas la miel que de ellos emana; mi pezón se hincha bajo tus dientes, que lo muerden apenas, elevándome.

Contraigo mi vientre, presiono, deseo sentirte hasta la empuñadura de tu espada. Me encanta. Aumento mis movimientos, circulares, más rápidos, más intensos… ya no puedo más. Me dejo ir, libero mi esencia como una tormenta que arrasa con todo a su paso.

Y entonces llega la calma.
Exhalo un suspiro de satisfacción, mientras el cuerpo se aquieta.
Miro al cielo y descubro, tras la tempestad, el hermoso arcoíris del placer.


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