Anhelo que invadas mi espacio, y que el aire se vuelva escaso entre nosotros, que el deseo se vuelva hálito, y el aliento nos confunda. Quiero beberte, saciarme de ti, dejar que tu esencia invada mi ser.
Tu presencia me quema, se expande por mi piel como un incendio sin control. Que arrasan sin piedad; cuando miro tus ojos, suplico, pidiendo compasión; me pierdo ellos, en el abismo de su oscuridad, y mi caída es inminente.
Cuando me miras, el mundo desaparece, y me rindo, me entrego, me pierdo.
Mi piel guarda el mapa de tus caricias: cada trazo, cada roce, cada beso que dibujaste en ella, tu aroma me persigue, tu tacto me habita, y en mis poros aún vibra el eco de tu cuerpo.
Me convertiste en territorio marcado por tu deseo, en huella, en memoria.
Quiero verte de nuevo, acercándote a mí.
Y que tu calor me envuelva, me reclame. Quiero morder con hambre insaciable; y al rozar tu piel contra la mía, crear un lenguaje que mi cuerpo entienda sin palabras.
Me gusta verte vulnerable ante mí, rendido, sometido al mismo fuego que me consume. Sé cuánto me deseas, que no hay nadie que iguale la forma de hacerte mío. Te gusta cada parte de mi cuerpo y cómo guío tus movimientos con la cadencia de mi deseo, el ardor de mi vientre, que es como volcán hirviente, y cuando introduces tu lanza dentro de mi ser, puedo sentirte, y sé que disfrutas al entrar poco a poco, pues el caramelo de mi vientre hace que tu lanza resbale hasta lo más profundo, y cuando llegas al final, siento cómo blandes la lanza de un lado a otro, como una bandera que ondea proclamando su grandeza.
Provocas que suba aún más el candor de mi vientre; estoy cabalgando, aprieto mis muslos, pues quiero cabalgar en sincronía contigo, al compás de un baile erótico y entre jadeos y suspiros, dejo que el tiempo se diluya, que solo exista el instante.
El placer se eleva, crece, se desborda. Me atraviesa en oleadas, me inunda hasta que no queda más que un temblor dulce, una calma que me envuelve.
Respiro.
Te miro.
Y tras la tormenta de los cuerpos, descubro al fin la llegada a la nueva tierra del placer, ese placer que siempre vibrará entre nosotros, aunque el tiempo y la distancia nos separen, pues estamos destinados a ser esclavos de esta pasión que solo existe entre los dos, en nuestra tierra del deseo.
Anhelo que invadas mi espacio,
que el aire se vuelva escaso entre nosotros,
que el deseo respire por mi boca
y el aliento nos confunda.
Quiero beberte,
saciarme de ti,
dejar que tu esencia me posea
hasta que mi piel arda de tu nombre.
Tu presencia me incendia,
se desliza por mi piel
como un fuego sin retorno.
Tus ojos me atrapan,
y en el abismo de su oscuridad
me pierdo, me entrego, me derrumbo.
Soy el mapa de tus caricias,
la geografía que tu boca recorre,
la piel que aún vibra
con el eco de tus besos.
Tu aroma me habita,
tu tacto me dicta el pulso,
tu deseo me marca.
Acércate.
Déjame sentirte otra vez,
respirarte, morderte, beberte.
Quiero hablar contigo
en el idioma que mi cuerpo conoce,
sin palabras,
solo piel, humedad y ritmo.
Me gusta verte rendido,
devoto del fuego que te consume.
Sé cuánto me deseas,
sé que mi vientre te llama,
que mi gemido te guía,
que mi cuerpo te reclama.
Tu lanza me busca,
se abre paso entre mis aguas,
resbala, penetra, se hunde,
y el mundo se detiene.
Siento cómo ondeas dentro de mí,
como bandera en medio de la tormenta,
proclamando tu conquista,
tu fuerza, tu nombre.
Cabalgamos.
El deseo marca el compás,
los cuerpos se disuelven en un solo ritmo,
jadeos que tiemblan,
sudor que reza,
placer que se desborda.
Y en la cima del temblor,
cuando ya no hay fronteras,
ni carne ni pensamiento,
solo un gemido que nos contiene,
llega la calma:
esa dulzura que huele a fuego apagado,
a piel vencida,
a paraíso encontrado.
Respiro.
Te miro.
Y en tu mirada, descubro
que el placer
siempre volverá a buscarnos.
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