¡Ven!

La locura se desbordó en mí, porque tocarte fue mi acto de valentía; y después de hacerlo, ya no hubo retorno, pues el solo pensarlo encendía mi piel y todo mi entorno.



 Desde aquella última vez en que nuestros cuerpos se estremecieron en un abrazo de pasión, no he vuelto a sentirme viva. Tu presencia era la llama que sostenía mi ser, y ahora, en tu ausencia, me ahogo en la agonía de necesitarte.

 Eres imprescindible para mí, porque contigo desato mi deseo, mi pasión y esa lujuria prohibida que nadie más puede despertar. Te anhelo como la primera vez: quiero que mi piel arda con el roce de tu voz en mi oído, que me desnudes con la intensidad de tu mirada, que antes de tus caricias hierva mi sangre y mi oscuridad más oculta se libere sin cadenas.

 No deseo contenerla, porque me deleito en su fuerza: es mi verdad tras la máscara, mi gozo secreto, mi condena deliciosa.

 ¡Ven!… Hazme tuya, róbame el aliento, envuélveme en la fiereza de tu virilidad y fúndete conmigo hasta que no quede más que el eco de nuestros cuerpos rendidos. 

 ¡Quiero entregarte todo lo que soy, todo lo que vibra en mí cuando te pienso!

 Mis labios, ardientes y sedientos, destilan la miel que mi cuerpo conjura al evocarte. Te deseo, no como un instante fugaz, sino de manera absoluta, profunda, hasta que nuestras almas se reconozcan de nuevo en la piel del otro, y de mi ser brote gota a gota la dulzura de mi esencia.

 Deseo ofrecerte lo más puro y lo más oscuro de mí, aquello que solo tú conoces y despiertas; lo guardo temblando bajo el peso de mi propio anhelo… esperando el instante en que vuelvas a reclamarlo.

 Por lo pronto aquí espero, sentada en esta silla, con los muslos entreabiertos, contemplando mis ganas mientras mis dedos rozan el centro que te anhela. Te imagino aquí, invadiendo cada espacio, empujando hacia adentro con la fuerza de tu deseo.

Cierro los ojos y recorro la biblioteca de mis recuerdos, donde tu figura permanece intacta. Mis pechos se erizan, tensos, reclamando tu lengua sobre sus pezones ardientes. Mi piel exhala ese aroma que tanto te embriagaba, dulce y salino como brisa marina, y recordar tu deleite al saborearlo me enciende aún más.

Mi corazón galopa, mi respiración se vuelve jadeo; me faltan tus labios, tu piel, tu virilidad reclamando lo más íntimo de mí. Aprieto las caderas y me abandono al impulso: froto mi clítoris mientras tu imagen se hunde hasta lo más hondo de mi ser, llenándome de embestidas que me arrancan el aliento.

 Y entonces, no puedo contenerme: el néctar brota, recorre mi vientre y se derrama como tormenta, desbordando toda la ansia que por ti guardaba.

 ¡Pero ven!



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